Hoy me he puesto a llorar en el metro en hora punta. Pero llorar, llorar. Y al principio no me he sentido muy bien al hacerlo, pero era algo inevitable, como las cosas más importantes de nuestras vidas.
Terminé de leer uno de esos libros que no quieres que acabe. Un compendio de páginas que te remueven por dentro de tal manera que una parte de ti se queda en el libro al acabarlo.
Hay frases, lineas y páginas que son capaces de cambiar tu existencia. Rescatan recuerdos que mandaste desterrar, te hacen pensar demasiado en los quizás y te recuerdan que sigues vivo.
Libros que te llenan tanto... que te dejan vacío. Y te hacen volver a la realidad en la próxima parada.
Una realidad que la mayoría de veces no es en la que esperabas verte años atrás cuando solo vivías de sueños y tu oficio era moldear ideas. Una realidad que asumes y que luchas para ser feliz. Y, la mayoría de veces logras esta felicidad. Aunque no seas el prota del libro que te gustaría leer.
A partir de ahora voy a decidir que libro quiero ser, qué historia quiero contar y cómo lo haré. Lo único que se escapa de mi control es el lector, es la emoción de convertirse en libro: no sabes a quién serás capaz de conmover.
Sí, seré un libro cuya angustia de primera hora sea mirar si lleva los zapatos adecuados y no las zapatillas antes de salir de casa. Un libro a veces contradictorio. Un libro único y vivo, sobre todo eso: como todas las buenas páginas que se escriben, esas que parecen que sangran mientras las estudias.
Y por eso, no me importa llorar en el metro delante de toda la gente. Delante de una masa que o bien duerme, o bien grita sobre lo zorra que es su amiga, o bien regalan besos y abrazos ajenos al mundo. Lo bueno de los libros es que los puedes leer en cualquier lugar, consiguen que encuentres la poesía hasta en las salas de espera de alguna administración.
Por eso, dio igual si me entristecí al acabar de leerle. Así son las despedidas, sin lágrimas no es lo mismo, porque de alguna manera estas reconociendo que cuando lo leías, estabas feliz.
¡Bienaventurados los valientes que se enfrentan cada día a sus sabias páginas! Porque en los libros aprendes cosas como que el amor de tu vida será aquel al que le exijas, y responda.
¡Bienaventurados los valientes que se enfrentan cada día a sus sabias páginas! Porque en los libros aprendes cosas como que el amor de tu vida será aquel al que le exijas, y responda.
Me quedé con ganas de saber el título de este libro que te removió. ¿Añadirías una postdata?
ResponderEliminarLo bueno de los libros es su pervivencia. Al contrario que con el ser humano, el implacable paso del tiempo no puede rivalizar con las líneas de ese libro cuyo autor legó para la posteridad. Versos, estrofas, poemas, párrafos o capítulos son capaces de desafiar a la Muerte con total garantía de éxito y, en forma de eterna "vendetta", plantarle cara sin ese temor que cualquier humano pudiese tener. Siempre tiene vida, como dices, y no es ingrata su despedida, esa última página que te invitará a pasar esas páginas de nuevo si tanto lo disfrutaste o leer algo nuevo del mismo autor. Ojalá pudiésemos decir lo mismo de los tristes episodios de nuestras vidas, esos cuyas páginas paradójicamente pasamos sin opción de volver a su lectura para rectificar todo aquello que hicimos mal.
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