Hace mucho tiempo que no me apetecía que llegara el
invierno. Ahora no solo me apetece que llegue, sino que se pare, que se detenga un momento
para saborear mejor esto, el principio del último curso que dejará paso a un
primer año de algo que aún desconozco. Deseando que la vida me sorprenda, que
ya va tocando. Para ello, lo mejor, lo de siempre: improvisar.
Y eso no viene de otra cosa que no sea de la ilusión.
Ilusión por acabar bien y por empezar mejor. En el último año de carrera toca
mirar hacia atrás, ver que has hecho y que quieres hacer. Un momento en el que
necesitas tiempo, tiempo para estar tú solo, tiempo para escuchar lo que
piensas porque con las prisas no nos escuchamos ni a nosotros mismos. Momento decisivo para decidir.
La época universitaria es increíble, pero hay vida
más allá. Dejas de jugar a ver qué quieres ser para "ser" de verdad. No es una
demo, es la realidad. Y¡¡¡qué ganas!!! si de verdad
te gusta lo que haces, claro.
Entran características y cualidades nuevas en tu vida que
antes no contemplabas, buscas cosas que antes probablemente ni sabías que
existían. Tus metas se van fijando un poco más a medio-largo plazo que a un
plazo de fin de semana. Nuevos proyectos y nuevas ideas que salen a flote
gracias a ilusión, ese impulso tan necesario para arrancar. Ilusión y ganas de
hacer las cosas bien, ganas de aprender y de escuchar. Ganas de empaparte de
todas las experiencias posibles para poder poner alguna de ellas en práctica.
Virtudes como la paciencia, la coherencia, perseverancia,
lealtad e integridad que antes estaban más abajo, van ganando puestos en esa lista
del “top ten” de valores necesarios para… para todo.
Diferencias entre lo efímero y lo duradero, entre lo falso y
lo verdadero, entre lo real y lo ficticio. Y comprendes que hay cosas que no se
miden por el tiempo, sino por la intensidad. Y sin llegar nunca al malvado
relativismo, entiendes que en la vida existen grises, lo cual te hace más
empático y tolerante, siendo así menos radical, siendo así más maduro, siendo así un poco mejor cada día.
Pero no por ser más maduro (incluso en el mejor de los
casos convertirte en alguien responsable) se es más aburrido. Al contrario
aprecias más pequeños detalles que te hacen sonreír y con los que te lo pasas
realmente bien. No te quedes para ti solo todo lo bueno que tienes ¡compártelo!
Apagas la música mientras vas por las calles porque has
comprendido que cada calle tiene su propio sonido. Dejas de mirar los
escaparates para fijarte en las pandillas de abuelitos del barrio que están
sentados en el banco arreglando el mundo. Valoras infinitamente a quienes te miran a los ojos. Buscas la compañía
de aquellos que no están más pendientes del móvil que de tu conversación.
Vienen así nuevas preocupaciones, como encontrar tu sitio y tu meta en este
mundo.
Menos mal que llega el tiempo de pensar para luego actuar conforme a ello y no a la inversa. Sinceramente es época de disfrutar lo que tenemos, de cambiar si así lo deseamos, porque nadie va a decidir por ti y nadie te va a decir como debes ser. Es una época de revelarse contra lo sucio, de vivir por lo que piensas y morir por lo que crees. Y si no eres capaz de vivir por tu idea es que no era lo realmente buena o interesante. Estamos en un momento idóneo para reinventarnos.
Y es así como en el día a día y mientras pasan los años te
das cuenta de que la sorpresa de la vida está en las cosas “rutinarias” que
haces nuevas. En que cada año, en la misma época, llega de nuevo el invierno, y aunque siempre llega, nunca es igual.
Gran post, me parece muy bueno
ResponderEliminarCuanta verdad y razón hallo en tus palabras! El invierno es época de pensar, así como el verano lo es mas de actuar y "vivir", sin dejar por ello de pensar y vivir en invierno o etapas clave como el cambio de la carrera al mundo laboral. Sigue pensando y transmitiendo un poco de tu pensamiento por aqui! :)
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