jueves, 12 de diciembre de 2013

Velázquez y Felipe IV

Por fin visité la esperada exposición de Felipe IV de Velázquez de Madrid. Como pasa el tiempo tan rápido había que ir ya. ¡Que febrero está a la vuelta de la esquina!

Con carnet de estudiante, o de familia numerosa o un documento que acredite que esté en paro puede disfrutar gratuitamente de él. Adquiriendo su ticket en la taquilla, puede disfrutar del arte, puede disfrutar de una parte de la historia que se forjó tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Ya no hay escusa, pasen y vean, pero sobre todo disfruten del Museo del Prado.

Este museo con 194 años ha albergado diversas y numerosas exposiciones, traídas de lugares de todo el mundo que se exponen en más de 42.000 metros cuadrados. El que comenzara siendo el Real Gabinete de la Historia Natural se ha convertido en una de las referencias internacionales en cuanto a arte se refiere que recibe cerca de 3 millones de personas al año.
Para visitar la actual exposición de Velázquez y la familia de Felipe IV deberá acceder por la entrada de la plaza de san Jerónimo. En esa entrada tras los rutinarios y protocolarios controles de seguridad se sube por una escalera mecánica a la esperada sala. Esta exposición estará en la capital española hasta el 9 de febrero del próximo año, en el paseo que lleva el nombre de este museo, el museo español por excelencia. 



A través de treinta obras, esta exposición que ha recibido numerosas visitas. Por ella Velázquez demuestra su actividad como retratista real durante los últimos once años de su vida y muestra también las obras de sus sucesores Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño que renovaron el género tras su muerte.

Al entrar en la sala se percibe el silencio que solo consigue el arte. Bajo la atenta y viva mirada del Papa Inocencio que observa desde su estático cuadro comienza la exposición. Una sala de techos altos, pintada con un gris apagado que hace que la atención no se diluya en otras cosas banales y que se centre en las enormes dimensiones de los cuadros de Diego Velázquez.

Es una sala rectangular cuyas paredes te transportan al barroco y todo lo que ello conlleva. El sevillano pintor consigue trasladarte hasta 1615 en una sala donde pueden apreciarse dos cuadros de Felipe IV casi idénticos. Parecen sacados de una película, pues reflejan el antes y el después de este monarca llamado “El Grande”. El primer cuadro de mirada casi asustada refleja a un Felipe IV joven sin medallas, pues aún le queda mucho por reinar. En contraposición encontramos el después, fácilmente reconocible, con la misma vestimenta negra pero esta vez cambia algo aparte de las medallas conseguidas y expuestas en él: su mirada. Una mirada de monarca ya cansado, maduro, sabiéndose orgulloso por haber trabajado por su reino. Reino que ha sido el más largo de la casa de Austria con 44 años y 170 días de reinado.

Felipe VI falleció en 1665 y está enterrado en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial, cumpliéndose así su última voluntad. Este rey de gran cultura y mecenas de las artes consiguió la mayor colección de pintura que hubo en toda la Europa en su tiempo. Gracias al genio de Velázquez los que nacieron en la era digital pueden conocerlo.

La primera sala de la exposición es una presentación, no falla el típico texto en la pared explicado vida y milagros del autor y de su obra. Al entrar, entras de lleno en el barroco español.

Separado por un muro, hay una pequeña sala llamada “Infanta Margarita”, del mismo gris neutro, donde la protagonista principal es ella, la hija de Felipe IV y de Mariana de Austria. La infanta Margarita fue la protagonista principal del histórico cuadro de “Las Meninas”, uno de los más solicitados y visitados del museo. Cuadro que no está en esta exposición, pero por suerte sí en el museo.

En esta sala de la exposición “Velázquez y la familia de Felipe IV” se puede ver a la infanta Margarita con la misma expresión, con la misma delicadeza, idéntica mirada en los cuadros aquí expuestos. La variante es el color del vestido. Un cuadro de la infanta con un vestido verde, otro con uno azul y otro con uno rosa que hacen centrar la mirada en ella.

No permite este compendio de cuadros ni un segundo olvidarte del barroco. Se utiliza el tenebrismo, contraste de luz y sombras por influencia de Caravaggio, el protagonista es el personaje, que irradia luz y vida. Con el juego de sombras y de negros se busca el realismo que se convierte en el objetivo común del barroco. Además hay que recordar que esa época estaba la presión de la Inquisición por lo que se prohibieron los desnudos y lo pagano (Contrarreforma) y lo mitológico apenas aparece en esta época.

En la última sala, el protagonismo pasa a los autores Mazo y Carreño con la renovación de los modelos velazqueños, ya que vienen del taller de pintores de la cámara de Felipe IV y Carlos II. Es la época post-Velázquez. Siguen siendo protagonistas el monarca y su familia con sus trajes voluminosos y ostentosos, que contrastan con las ropas de los visitantes. Converse, nikes y tacones pasean por la misma sala disfrutando de estos cuadros. No hay ruidos estridentes, hay silencio, un ambiente tan cuidado que invita aún más si cabe al deleite de estos cuadros.

Hay un cuadro muy similar a "Las Meninas", pero no es el de Velázquez. Es aquí cuando comienza la búsqueda del cuadro, la búsqueda de "Las Meninas" del sevillano de Velázquez que, como ya escribí, no se encuentran en esta exposición.

La breve exposición de Felipe IV llega a su fin, pero todo aquel que acude a ella le falta algo, de repente surge una necesidad, se necesita verlas, se necesita contemplar a “Las Meninas”.

A la salida de esta exposición te encuentras de frente otra totalmente distinta: “Roma en el bolsillo”, una pequeñísima sala de libros y cuadernos de dibujo y aprendizaje artístico del siglo XVIII, donde tiene un papel muy representativo la Real Academia de San Fernando. Es inevitable pasarse a ver que hay.

En esta sala que sigue la dinámica de techos altos y paredes oscuras encuentras grandes tesoros, algunos de ellos son de Goya. Y es en esta exposición donde se puede palpar que el Prado es un museo moderno: ofrece gratuitamente tabletas electrónicas para que sus visitantes puedan ver, sin que se estropeen, todas las páginas de los cuadernillos que aquí se exponen. Sin duda, las nuevas tecnologías sirven para la aplicación a cualquier disciplina. 

Dos exposiciones en menos de una hora. Pero falta algo. Al subir unas escaleras mecánicas (otra más) se llega a un claustro de columnas de piedra que alberga unas estatuas del emperador Carlos V, Felipe II y de doña María de Hungría. Pero no, aquí no están "Las Meninas"...

Una vez ubicados, hay que buscar el edificio Villanueva del Prado donde se encuentra la exposición permanente del museo madrileño, sitio donde se encuentra lo que buscamos. Se bajan las escaleras que se habían subido y se pasa por una sala pintada de rojo sangre, un rojo vivo nada que ver con lo anterior. Una sala que anuncia la entrada al edificio más longevo del Prado.

La sala 12 del edificio de Villanueva del Prado. Ese es el objetivo, ahí están esperando “Las Meninas”. Y es ahí donde comienzan los eternos pasillos. En unos largos y amplios pasillos con paredes de color crema se encuentran los cuadros que descansan fijos en la exposición permanente del museo.

Es digno de mención el cuidado que lleva detrás un cuadro. Es importantísimo su cuidado, son cuadros que son piezas fundamentales a nivel internacional (algunos son hitos para la humanidad) y cada detalles es necesario, son mimados como lo que son: joyas. Desde la luz, como incide en el cuadro (directamente para que no haya sobras y se disfrute mejor) hasta la temperatura en la que se encuentra la sala, se tiene presente aquí.

Al final de uno de los pasillos se encuentra una sala circular que te traslada a la antigua Roma, un busto de Heracles y otro de Dionisio, una estatua de la Venus del Pommo,.. Pero no, no es aquí.

Los agentes de seguridad ya están empezando a avisar a la gente del edificio que van a cerrar. Quedan 15 minutos, cierra a las 20.00.



Otro Pasillo. Los de este edificio, que diseñó Juan Villanueva, son de techos aún más altos, con unas vidrieras arriba. Hay que acelerar el paso, sala 22, sala 18… ¿Dónde está la 12?

El Prado es para perderse. En un pasillo, como si nada, te encuentras a Fernando VII pintado por Goya; en otro, los paisajes realistas del siglo XIX; en otrom el enorme cuadro de Eduardo Rosales (1836-1873) de Doña Isabel la Católica dictando su testamento. Como si nada te sientes pequeño ante tal derroche de cultura, de historia, de arte.

Finalmente toca preguntar, solo le quedan 10 minutos. El guardia de seguridad que hace una hora estaba tranquilamente sentado y bostezando en la silla de la sala que vigila, está ahora más activo y casi nervioso. Aun así le indica. Una planta más arriba, pero sí, efectivamente hay que darse prisa.

Por fin, tras pasar el pasillo de Rubens con su “Tres Gracias” y con lienzos a medio pintar que esperan ser terminados por los copistas, encuentra la sala 12.

Ahí están, tan pausadas, tan quietas ellas, con un Velázquez paciente… “Las Meninas”. La obra más famosa del sevillano Diego. Apenas quedan cuatro minutos para disfrutarlas, pero ¡como han merecido la pena esos 240 segundos!

Suena una alarma. Hay que irse. Son las 20.00. Nos echan. Es tarde. Las Meninas tienen que descansar para seguir relucientes. Les espera una larga vida y tienen que estar apunto cada día para hacer su función.






1 comentario:

  1. Muy bueno el reportaje! Consigues que el lector se meta contigo en el museo y pueda trasladarse al s. XVII también, así como reflejar el palpito del arte y de ese genio sevillano de la pintura. Gracias!

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