6:00. En marcha, hoy es un día clave. Arreglados de cualquier
manera hay que ir a ¿despedirse?, bueno, rumbo al coche. Ya en carretera nuestra cabecita no para de rodar. Por fin
llegamos a la habitación y allí está ella, tan preparada, tan arregladita, ¡bien
guapa!, y tan tranquila.
Es hora de que baje, un pequeño enfermero se encargará de
llevarla en la cama portátil. Ella va a la lucha, y nosotros con un nudo en el
estómago que no se desenredará en cinco horas y media.
Ella baja, y nosotros también, pero a otro sitio. Una sala
aburrida, donde tienes la sensación de suciedad aunque huela a desinfectante.
Pequeña, desgraciadamente es una sala muy pequeña, con mucha gente. 8.00. Comenzamos.
La primera hora apenas hablas de nada, o de lo que se habla
no tiene ningún sentido. Estamos espesos y nerviosos, pero llegan los
refuerzos. Gracias a esos refuerzos, por momentos te olvidas de donde estás. Anécdotas,
risas, cafés y tensión. Es un mejunje muy raro. Va pasando el tiempo, vas
asimilando cosas, haciendo promesas, haciendo examen y sin parar de mirar el
reloj. Igual es la hora de empezar a redimirse por nuestras faltas, ¿llegamos
tarde?
11.00. Algunos grupos ya se han ido de la sala, entran otros
nuevos, al igual que entrar nuevas noticias. Buenas o malas, pero llegan. Para esos
la espera ya terminó. No importa que enfermedad sea, cáncer o apendicitis, todos
esperan que todo salga bien, todos los de la sala pensamos en lo mismo. ¿Quién
dice que las enfermedades nos separan? De hecho, nos unen y nos hacen más
empáticos, una cosa que no está muy de moda.
Siempre he pensado en lo mal enfocados que están los
hospitales. Es el sitio más aburrido del mundo, es otro tipo de cárcel, donde
no solo eres rehén del edificio y de los médicos, sino que eres rehén de tu
cuerpo. Estás ahí para recuperarte, ponerte bueno, en principio. Tienes que
estar varios días ahí y lo único que sientes es cansancio, pereza mental y
ganas de volver a casa.
Ni una biblioteca, ni un librillo para echar un rato
entretenido. Para ver la maravillosa televisión española tienes que pagar, irte
a una máquina que suele estar al final del eterno pasillo, introducir
religiosamente tus moneditas para ver la nueva crisis personal de la última
estrella de los reality. ¿Enserio? Con lo que tenemos encima y la gente buscándose
problemas para hacer de su vida algo interesante para, por supuesto,
comercializarla. Contradicciones que te encuentras en esto de vivir. Suficientes
problemas (¡algunos los llamo benditos problemas!) trae la vida como para
crearlos. Invéntate historias y escríbelas, no te inventes problemas. Todo es
más sencillo.
Va pasando la mañana, y no hay noticias, empieza el
nerviosismo. ¿Por qué tardan tanto? ¿Estará yendo todo bien? No sabemos.
Mientras tanto, rezas para que el enfermero que está fumando en la misma puerta
del hospital, al menos, se cambie los zapatos con lo que entrará al quirófano.
No sé, se supone que el hospital tiene que ser un sitio muy higiénico. A lo
mejor eso solo me lo han enseñado a mí. Serán cosas mías.
13.00. Los refuerzos siguen llegando. Te vas distrayendo, pero
las horas pasan más lentas a cada minuto. Miras a tu alrededor y encuentras, en
esa sala de espera que ya hemos hecho nuestra, gente sola. Esperando como
nosotros, con la misma angustia pero solos, ¿no tendrán a nadie? En ese momento
te espabilas y ves la luz.
No vale una queja. No vale ni un lamento. Nosotros no
comercializamos nuestros problemas. No somos superhéroes, pero le echamos
cojones. Estamos juntos, somos el perfecto equipo. Cada uno, con su roll y sus
funciones (virtudes y muchos defectos), hacemos que el equipo sea el más
poderoso de todos, el que siga siempre al pie del cañón. Tenemos fuerzas para
rato, y si no, nos la inventamos. Nos ayudamos. No nos quejarnos, a pesar de
donde estamos, estamos juntos. Hay que ser valiente, si te esfuerzas, a veces
aunque sea por repetición lo consigues. Y aunque no te lo creas, estamos
contentos, queremos ser felices. Así que… ¡a continuar!
14.30. Por fin avisan por megafonía. Primer asalto ganado. Dejamos
la familiar sala de espera para entrar en el maravilloso mundo de los pasillos.
Digamos que nos asentamos en el hall del quirófano, ahora ese es nuestro territorio.
El sprint final. Tras las comunes esperas de los hospitales aparecen los
médicos. Benditos médicos, aunque estén endiosados y sean presuntuosos. Hacen
bien su trabajo, no importa si no se acuerdan del nombre del paciente, han
operado bien, una vez más.
Todo ha ido más o menos bien. Como siempre, siguen faltando
cosas. Pero está viva. Ahí, dispuesta a volver a darlo todo, de nuevo.
Dispuesta a luchar por ganar otro asalto. ¿Qué cuantos habrá? No tenemos
absolutamente ni idea. Es lo que nos da vidilla. Disfrutemos del presente,
luego ya se verá.
Lo bueno de estas cosas, que es lo que hay que guardar, es la elegancia de la gente, que da la talla. Aunque no es lo
mismo quien pregunta cada semana, que los que se acuerdan solo en las operaciones,
sigue haciendo ilusión. Agradeces todo el apoyo, y ves cómo la gente responde.
Eso mola. Desde una visita exprés a la habitación, hasta el envío
de un ramo de flores o una llamada, o lo más agradecido, unos rezos. Todas esas
muestras de cariño contribuyen a coger impulso para volver a levantarse. Da
igual que sea la primera o la quinta operación.
Por eso hay que ser agradecidos, con las personas, con la vida.
Nunca se sabe. Así que no pierdas el tiempo, que ese no vuelve: ¡vive! Nadie
sabe qué tiempo tenemos para cambiar las cosas. Si morimos, que sea con las
botas puestas.
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